El tiempo es finito. Nos sabemos la teoría, pero no la práctica. He pecado siempre de querer hacer más de lo que los minutos me van a rendir. Igualmente, mi percepción de las distancias es nula, por lo que fallo miserablemente al calcular mis tiempos de desplazamiento. Reconozco el problema, trabajo en ello, pero a veces fallo y me perdono.
Multitasking, en mi generación si no eras capaz de ejecutar a la perfección mil actividades a la vez, literalmente eras un loser. Hasta que te fundiste. Hasta que el ataque de pánico se apoderó de tu pecho, hasta que te diste cuenta que estabas haciendo mil cosas, mal hechas.
Ahora resulta, que científicamente se ha comprobado, hacer tantas cosas a la vez solo va a resultar en niveles muy altos de estrés y ansiedad, que es mejor empezar y terminar una cosa, o hacer una pausa para enfocarte en otra actividad que le haga como un reboot a tu cerebro para luego volver. O porque mejor, no retomarla mañana con la mente fresca.
Estoy como dijo Rubén Blades en un concierto, “ya tenemos más pasado que futuro”. ¡Boom! Bofetada No.1. Te pones a pensar que, si antes el tiempo iba rápido, ahora es que ni lo ves, se hace nada. ¿Qué es todo lo que quise o quiero hacer y siento que ya no será posible? ¿Será porque no tuve la oportunidad o porque no lo prioricé? ¿Era realmente importante en lo que me enfoqué en ese momento?
Recién terminé el libro “El peregrino de Compostela” de Paulo Coelho y como él bien dice, palabras más palabras menos, las coincidencias no existen y cada uno llega donde tiene que llegar en el momento justo. Este peregrino va en busca de su espada (prometo no dar muchos detalles para que lo lean), pero en el recorrido del camino, que es tu camino interior realmente, descubre que no sabe por qué quiere esa espada…ni para qué la quiere usar.
¡Boom! Bofetada No.2. ¿Cuál es mi propósito? ¿Para qué voy a usar mis dones? Lo sé o simplemente me dejo llevar por lo que el entorno espera de mí. O cumpliendo metas ajenas. ¿Cuáles son mis prioridades? ¿Por qué ESAS son mis prioridades?
A través de ejercicios, digamos energéticos, que su guía enseña al peregrino, vuelve poco a poco a su centro. Calma el ruido exterior y conecta con su esencia. Abre sus sentidos para no perder un detalle de lo que le rodea. Conecta con todos los seres vivos y logra escuchar su intuición. Respira conscientemente. ¡Boom! Bofetada No.3. Pero, ¿No se supone que todas estas cosas deberían ser parte de nuestro diario vivir? ¿En qué momento las perdimos?
Tu no recorres el camino. El camino te lleva. Está en ti apreciar y recoger lo que aparezca en el trayecto, maravillándote con el paisaje, escuchando el canto de los pájaros, inhalando el aroma de las flores o lo que cocinan en una casita, mirando a los ojos a un perro callejero, conversando con otro caminante aleatorio.
En fin, la esencia de mi escrito de esta semana, que se une al libro que casualmente tenía entre mis manos, forman una comparsa junto a los “red flags tamaño Catedral” que aparecían en mi mente desde hace un par de años al sentir que debía hacer un alto, bajarme del tren en que andaba a mil kilómetros por hora. Repensar. Simplificar. Replantear.
Prioridades, como dice mi amiga Alexandra, quien también apuesta por tener tu plan siempre plasmado y estructurado. ¿Cuáles son y por qué? Cuidado y te das cuenta que son como la espada del peregrino, las tienes anotadas, pero no sabes en verdad qué hacer con ellas. ¿Mi vida está balanceada? La mía no lo estaba. ¿Qué debo hacer para lograrlo? ¿Estoy dispuesta? Como dice mi amiga Leikmar, esto es un trabajo diario.
No existen las fórmulas mágicas. Mi camino no es el tuyo. Cada uno es único y diferente. Lastimosamente, no existe un manual. Nos toca a cada uno descubrirlo, no sentados mirando el horizonte, sino caminándolo.
Es entonces que me doy cuenta, que a lo mejor no será en esta vida que logre pintar, o arrodillarme a atender mi jardín, o viajar a Croacia, o correr una maratón, o estudiar psicología o francés. O tantas otras cosas. Y en verdad, eso ya no me mortifica, porque sé que todos los días me esfuerzo en disfrutar el camino, buscando hacer las cosas bien, no perjudicar al prójimo mientras los colores del atardecer inundan mi alma a través de mis ojos.