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El camino interior

Continuando con el tema de la semana pasada, que lo abordé de repente muy teórico, seco y cero emotivo; doy un giro este miércoles y les cuento mi experiencia real en el camino.  En primer lugar, decidí iniciar el recorrido (o me empujó la energía que me rodea), porque llegué a un punto en que me sentí perdida, ansiosa, desorientada y no encontraba respuestas a través de mis fuentes usuales.  Esto sumado a un sinfín de problemas de salud, que de verdad aún hoy no les encuentro explicación, solo que fueron (y son todavía) expresiones emocionales a través de mi cuerpo físico al no saber para dónde coger.

 

Lo primero que pasó fue que entendí que necesitaba ayuda.  No podía seguir viviendo ocupando mi tiempo al máximo para no enfrentar temas dolorosos o mirar a la cara a mi niña interior.  Creo que a todos nos pasa en un momento de la vida, tarde o temprano.  Agradezco el haber entendido que debía enfrentar muchas cosas, entender, soltar, perdonar, rehacerme y seguir caminando.

 

Lo segundo fue empezar mi búsqueda, probé y probé.  Investigué y estudié.  Hasta que me di cuenta que de nada valía lo que estaba haciendo si no lo sentía.  Cuando sentí todo cambió.  Igualmente, fui abrazando y fui apartando.  Me sentía mejor y luego me sentía peor.  Pensaba que había encontrado la fórmula mágica para solo darme cuenta luego que era un pensamiento muy simplista.  En mi interior, tuve la certeza y la paz de que debía transitar este camino, con todos sus escollos, para encontrar lo que estaba buscando, o por lo menos aproximarme a ello.

 

En algún punto de la travesía, me imagino en algún momento que me senté a descansar a la orilla del camino, simplemente supe que el estudio debía cesar.  Que había llegado el momento de integrar información y sentimientos y continuar el camino, pero en otra ruta, la ruta hacia nuestro interior.

 

Muchos conceptos resonaron, otros no tanto.  Algunos me sacudieron, muchos arrancaron la hierba mala sembrada en mi interior.  Los que se dedicaron a abrir gavetas, donde con cuidado y esmero guardé tantas cosas con la intención de no abrirlas nunca, fueron demasiado eficientes.  Tanto tiempo estuvieron guardadas que me había olvidado de ellas, o eso creía yo.

 

Cada gaveta representó un episodio, ya que como se imaginan, no se pueden abrir todas al unísono.  Todavía quedan algunas que parece que la madera se ha expandido y están trabadas.  Por lo pronto las sacudo a ver si logro que corran.  Es un trabajo diario.

 

Me di cuenta también que muchos ritos y rituales en realidad son mecanismos o herramientas para aterrizar tu cabeza y corazón e intencionar realmente. Son como la mantita de un niño chiquito, que la llevas a todos lados para sentirte bien, pero en realidad, no sirve para mucho.  Llenarnos de rituales tampoco es la solución si los hacemos con la mente en blanco o el corazón enmohecido.

 

En otro punto también mi vocecita interior, la cual les pido que le pongan atención, me dijo que esto no es una carrera, es una forma de vida y que este camino no termina nunca.  Cuando integras algo o sueltas lo otro, es como si hubieses llegado a la cima de la loma y puedes ver hacia adelante un camino que estaba oculto para ti.  Y sigues.

 

Hay días que las zapatillas aprietan, nos pesa la mochila, se nos acabó el agua o las barritas energéticas.  Otros días simplemente no tenemos la fuerza vital para seguir caminando.  Los mejores son cuando los pies tienen alas y la sonrisa ilumina tu rostro.  De todos aprendemos y siempre avanzamos, aunque no lo parezca.

 

Que, si me siento mucho mejor, sí.  Que, si he alcanzado la meta, no.  Eso que ahora no me mortifica en otro momento de mi vida me hubiera puesto los pelos de punta.  Para mí esto es tan trascendental como haber viajado a la luna. 

 

He descubierto tantas cosas de mí, que es como si me mirara al espejo por primera vez.  He procesado servidores llenos de data y cofres desbordados de sentimientos.  Lloré y reí, me burlé de mí misma por ser tan pendeja mientras que me felicitaba reconociendo mis logros antes ignorados.  Sobreviví.  Aprendí a alejarme de lo que me perjudica, a no repetir patrones dañinos y a atajar con anticipación al carrito de la montaña rusa cuando se va a aventar al vacío o cuando empieza a subir hacia el cielo gracias al freno de mano. 

 

Aprendí a respirar y a mirar a través de un lente lavanda.  Me di permiso de realizar mis sueños y sentí que el elefante sentado en mi espalda se levantó a buscar una galletita.

 

Me siguen rodeando mis cristales, mis cartas, mis libros de astrología, la presencia de mis ancestros.   Los inciensos y las velas iluminan a diario mi casa.  Hago todo el bien que puedo o por lo menos trato.  Envío mis energías positivas a desconocidos en la calle, pongo límites y vivo en una paz que nunca pensé conocer.  He caminado un tramo largo pero aún me falta mucho por recorrer.  Seguimos avanzando.

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