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Fue el Coronel Mostaza

Folders amarillentos, ficheros, murales llenos de papeles y tachuelas con hilos que los conectan, fotos blanco y negro, resultados de laboratorio.  Al pasar por la puerta te rodea un blanco impoluto, el alcohol te pica en la nariz mientras gente muy seria, por lo menos en apariencia, se desplaza sin cesar hablando en secreto.  Esto puede ser parte de un episodio cualquier de una serie de TV de asesinatos, de esas que me gustan a mi.

 

Creo que esto guarda mucha relación con la colección de libros de Agatha Christie que les mostré recientemente, los cuales devoré repetitivamente en mi adolescencia o si fue mi interés por lo extraño o sobrenatural, incluyendo una que otra teoría conspirativa, desde que era niña.  Podemos hablar de fantasmas y apariciones todo el día si quieren.

 

La cosa es que si de crímenes hablamos he visto mil series, las clásicas y populares y también las no tan conocidas, de diferentes países.  El otro día se comentó en diferentes medios que las personas que disfrutaban de series de asesinatos y las usaban para relajarse, digamos no estaban muy bien mentalmente.  Bueno, eso lo imaginaba, pero no debe ser tan serio.  ¿O sí?

 

Independientemente de los hechos científicos y técnicos del crimen, las motivaciones detrás de él son las que distraen mi cerebro cuando es hora de dormir.  Razones que parecen inverosímiles en muchos casos, pero que nos demuestran lo bajo que puede llegar a ser un humano, muchas veces con la carne de su carne. Ver cómo el ansia por el dinero borra cualquier lazo familiar o de amistad.  Tristemente es lo que más se repite.

 

La parte de la investigación me encanta.  JAMÁS pude haber sido CSI, esa meticulosidad en encontrar un pelo en medio de una alfombra me supera.  La tenacidad de algunos detectives y su compromiso moral con las víctimas me demuestra que aún hay esperanzas, frente a la mediocridad o desdén de muchos otros.

 

La injusticia me sacude.  Crímenes sin resolver, mis favoritos, son como un paralelo a muchas situaciones pendientes en nuestro diario vivir, en que buscamos y no encontramos, nos cansamos, nos rendimos.  A veces retomamos, con mayor o menor entusiasmo, en esa carrera de resistencia que llamamos vida.  Algunos encuentran una resolución, aunque sea tardía.  Para mí eso es mejor que nada. 

 

Algunos casos seguirán siendo un enigma que aceptamos como compañeros de camino y otros más los guardamos en una gaveta de esas que no se abren mucho y pretendemos que no existen.  Sin embargo, en el fondo de nuestro cerebro, en una esquinita, eso que nos agobia está escondidito, mirándonos de reojo a ver cuándo le ponemos atención.  Si nos demoramos mucho, empieza a zumbar o nos da un pellizquito.  Nos pregunta, ¿hasta cuándo me vas a ignorar?  En verdad, no sabemos por dónde agarrarlo, como muchas de estas investigaciones.

 

Me parte el corazón las familias de las víctimas.  Han sido asesinadas igual que ellas, pero su estatus es peor, ya que tienen que seguir viviendo todos los días.  Muchas veces sin un culpable o un cuerpo sobre el cual llorar. 

 

¿Qué me dicen de los condenados por error?, ¿O de los culpables que son liberados o reciben una sentencia de esas que se burlan en tu cara?  La impotencia y la frustración me carcomen igual que cuando veo la corrupción pavonearse engalanada con plumas de pavo real por los pasillos. 

 

La maldad humana no tiene límites.  Desde el principio de los tiempos, en nombre de la supervivencia empezamos a eliminar a nuestros congéneres para lograr nuestros objetivos.  En algún momento, por nuestras ambiciones sin límite, nos llevamos por delante a nuestro prójimo para satisfacer los sentimientos más básicos o un afán económico.  Inclusive, a veces por ninguna razón, sino por el puro y más simple placer oscuro y muchas veces cruel.

 

Así que, con los guantes y la mascarilla puesta, frente a una computadora o en la mesa de autopsias, vamos eliminando hipótesis y sospechosos, encontrando nuevos que los reemplacen, tomándole cariño a la víctima, molestándonos por la situación, desenredando la madeja.  Esperando que la respuesta sea algo más significativo que “fue el Coronel Mostaza con el candelabro en la biblioteca” y que eso nos traiga paz.

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