Me han lavado y tallado, siento que salgo del letargo de los primeros días del año luego de un diciembre que me hizo sumergir los pies en agua tibia con sal de Epson más de una vez. Me dicen que es “el evento corporativo de enero”, todos esperan la invitación para escuchar las proyecciones del año y como dice Mundo Social, “para ver y ser visto”.
Ya he participado en varios de ellos, no soy una novata. Uyyyyy, ¡quedé en una buena mesa!, seguro voy a estar con alguien importante. Me toca una señora quien estoy segura he visto antes, pero no la logro ubicar. Conversa un montón con quienes la acompañan, creo que trabajan juntos. De repente se levanta y conversa con otra persona y me va entrando la ansiedad. ¿Es que ella no se da cuenta que se le va a enfriar el café?
Trato de hacerle señas, pero no sé cómo. Muevo los brazos, pero luego me doy cuenta de que no tengo. Me trato de ubicar en su rango de visión y por más que intento, no me muevo del sitio. Que cosa tan rara.
Se voltea hacia la mesa y pego un brinco de alegría, viene por mí. Y que creen, no me reconoce, quiere tomar el café del vecino. Esa es una de las cosas que no se hacen, no señor. Conversa con varios tratando de resolver el misterio y esto está que ni Sherlock Holmes. Finalmente decide que soy yo. Obvio que el café está helado y me vuelve a dejar.
¡Qué dura es mi vida! Altamente codiciada a su llegada, su cuerpo huérfano de cafeína y calor se abalanza sobre mí y me toma con ansias, necesidades que una vez saciadas reducen mi relevancia a la de una manta térmica en Panamá en verano. Me cuesta un montón procesar esto y decido que necesito hablar con alguien.
Terminado todo, mi interior teñido cual pintura abstracta en acuarela, casi que sirvo para que una gitana escudriñe el futuro; me llevan junto con toda mi tribu a borrar toda huella de lo que acaba de acontecer.
Casualidad me encuentro con una amiga que trabajó la noche anterior. Me asalta la necesidad de preguntarle si a ella le pasaba lo mismo. Que les parece que a ella no. Me dice que una vez vierten en ella las efusiones etílicas procedentes de la uva, es difícil que la suelten.
No puedo negar que me pongo super celosa. Me siento menos, chiquitita, insignificante. ¿Por qué no habré nacido copa? De cristal mejor, por supuesto. Y así estar en los mejores eventos, de esos en que se desbordan las flores y los invitados se visten con brillos. Siempre pensé que ser taza era poco para mí.
Pero luego pensé que todos tenemos misiones diferentes en la vida. La mía no fue estar horas de fiesta con mi humano designado. La mía es darle a mi compañero incidental esa inyección de energía, calor, amor y la terapia olfativa inigualable que solo puede dar una taza de café en la mañana.
¿Ya sabes cuál es tu verdadera misión o sigues añorando (léase envidiando) las misiones o la vida de otros?