Un tacón saca otro tacón…porque ya los clavos pasaron de moda
Toda la vida he sido fan de los zapatos, mientras más «raros» mejor. Plumas, pelos, colores, formas, materiales. Todo es válido. Muy chiquita me ponía los zapatos de mi mamá o mi abuela y andaba chancleteando por los pasillos de la casa, creo que pensaba que estaba concursando para Miss Universo o algo así.
Es que los zapatos tienen cualidades especiales. Una es que, si hemos aumentado unas libras, pues mejor compramos zapatos, que esos si nos van a quedar, ahorrándonos el bochorno del probador y el sermón del espejo inclemente. ¿Se van dando cuenta?
El baratillo de zapatos de Felix era un momento esperado, la ansiedad en su punto, esperando que nuestras marcas favoritas estuvieran incluidas. A mí me volvían loca los cálculos mentales y me convertía en la Cucarachita Mandinga, «si me compro este no me alcanza para el otro, si dejo este, logro llevarme los rojos.» Ojalá le hubiese metido tanta cabeza a otras decisiones más importantes.
Para mí y para muchas, comprarse zapatos es un subidón para un ánimo desinflado. Ver tus piecitos en el espejo de la tienda abrazados por un nuevo par de zapatos, es casi tan maravilloso como comer un pedazo de chocolate o ir caminando por el pasillo hacia la puerta del avión para abordar. Luego en casa, nos los volvemos a calzar y simplemente los admiramos, soñando a dónde nos llevarán y cómo serán testigos y cómplices de momentos especiales.
Pero como todo lo material…llega un momento en que no son suficientes. Esos zapatos de «venganza» que planeaste para ir a la fiesta donde sabías que ibas a ver a tu ex, pasan desapercibidos y dejan un dolor en el pecho mucho peor que el producen en el juanete. Esa reunión tan importante, de la que depende el futuro de tu carrera, para la que has planeado hasta el más mínimo detalle de tu apariencia, resulta peor que un incendio forestal del que tus pumps Ferragamo no te pudieron salvar.
Esa amiga que en verdad no era tan amiga, que sabes que te «mira pesado», analiza de reojo esos Sophia Webster que luces y que te pusiste porque sabías que ella los vería. Que pena, pero la mariposa violeta tornasol no logra disimular que preferirías que se llevaran bien y tenerla en tu vida a ser el centro de atención por tener unos zapatos tan hermosos.
Cuando llega el estado de cuenta de la tarjeta de crédito, los Jimmy Choo dorados ya no brillan con luz propia y encima te vuelve a dar el bajón porque rompiste tu promesa de moderar tus gastos. Pero ¡es que los necesitabas en tu vida! Sabes bien que eso no es verdad.
El sueño no te deja ver la computadora en la oficina. ¿Por qué será? Ahhh verdad, es que anoche te quedaste hasta las 3:00 am apostando por unos loafers Chanel en Ebay. Tanto sacrificio por gusto, si al final los dejaste ir, total, no matabas por tenerlos tampoco.
Sigo siendo super fan de los zapatos, no me malentiendan. Lo que fui aprendiendo con el tiempo es que no tienen la respuesta a todo ni son medicina para dolores del alma o el corazón. Como hemos hablado en otros escritos, toca buscar el origen del problema, el motivo del dolor. Si no lo afrontamos, ni un container llenará ese vacío.
Antes de terminar, si les cuento, aprovechen la juventud (de cuerpo y de espíritu) para ponérselos, yo usaba los tacones hasta cinco minutos antes de dar a luz sin chistar, por ejemplo. Después, como en muchos aspectos de la vida, preferimos estar cómodos, tranquilos y vamos escogiendo otros modelos que no nos eleven a alturas imposibles, ni nos dejen surcos con las tiras, ni nos causen llagas del tamaño de aceitunas. Una vida más pacífica, sin tanto sobresalto.
Mientras tanto, estoy espiando la cuenta de Instagram de Melissa, la verdad es que esta gente se las ingenia para tener siempre cosas tan bonitas, ¿no les parece?