Todo comenzó, como muchos de mis escritos, cuando una cosa terminó siendo otra muy distinta. Mi querida Ginette cumplía sus 50 y, si existe una persona que le gusta celebrar su cumpleaños y los convierte en patronales, es ella. El julepe implicaba viajar a Miami, cosa que siempre es buena, y tomar un crucerito corto a las Bahamas con un grupo de amistades. Hasta el momento, todo fabuloso, de paso veríamos a mis primas y por supuesto, varios mandaditos serían resueltos en las paradas de siempre incluyendo una para unos cascos de guayaba en almíbar con queso crema.
Como parte de estos hábitos, no sé por qué, en los últimos viajes se insertó una parada para una hamburguesa rápida en un área donde cumplíamos varios puntos de la lista de pendientes. Esa tarde…me empecé a sentir medio rara, pero teníamos cena pactada con la futura cumpleañera y por supuesto, no podía faltar. Los cuentos estuvieron buenísimos (que incluyeron grabaciones y todo) y me olvidé por un rato del malestar, aunque comí muy poquito.
En la noche, tarde, fue que se soltaron los caballos. Ahí si sentí que mi estómago, mi intestino o los dos a la vez, cobraron vida propia. La obvia culpable para mí, fue la hamburguesa. Así que tomé sopita de pollo y me quedé descansando, hasta que resultó clarísimo que la pobre no era la causante de le hecatombe que estaba ocurriendo. Llegado un momento, yo que aguanto todo, le digo a Yeyo, creo que es hora de ir al hospital, ya llegada la noche.
Yeyo decide que la mejor opción era el Jackson Memorial, a mi lo que me preocupaba en verdad era montarme en un barco al día siguiente. Que ilusa. Cuando llegamos al cuarto de urgencias, fue que empezó la verdadera película, de la cual no sé por qué no escribí antes.
Empecemos por el principio, un montón de policías fornidos con cara de pocos amigos. Eso no era buen presagio. Cuando empiezo a detallar, mientras Yeyo trataba que atendieran, me doy cuenta que cada uno estaba custodiando a un reo, con las manos esposadas o atados a camillas. Hago un paneo alrededor y noto la típica estampa de las personas en situación de calle, algunos de ellos en claro estado de intoxicación.
Miro a Yeyo y le digo, me imagino con ojos de vaca cagona, que a qué clase de hospital me había llevado…No sabía que el Jackson Memorial, a pesar de recibir a todo el mundo, tiene una excelente reputación, así que me tranquilicé, total, no es que podía ir a ningún lado. Mirando pasar las horas, todavía conservaba el sueño de embarcarme y disfrutar de la pachanga.
El tiempo pasaba sin freno y yo ya no sabía ni como sentarme. Tocaba esperar y desde la silla donde estaba veía el baño perfectamente, cuando realizo que los detenidos no pueden encerrarse en el baño, así que tienen que ir con la puerta abierta y el policía sosteniendo la puerta. Ok, seguimos. A mi derecha distingo una señora como de unos 70 años con un vestido de flores, el cabello recogido, las manos esposadas y un policía de seis pies y pico a su lado. ¿Qué habrá hecho?
Llama mi atención entonces la conversación a mi izquierda. Una chica embarazada como de unos siete meses hablando por celular con su pareja (quien esperaba afuera en su carro porque no se atrevía a entrar pues era ilegal). El tono fue elevándose por una discrepancia sobre cuál era el mejor lugar para hacerse santo. Ella, muy molesta, le reclamaba que ya habían acordado ir a Cuba juntos para los rituales. “Porque aquí en Miami no es igual, no es el mismo río ni la misma piedra”. Me concentré como nunca para no perderme detalle. El al parecer insistía hacerlo en Miami antes del tiempo que habían estipulado sin tomar la opinión de la chica.
Luego pensé, por qué estará en el cuarto de urgencias (ya eran las cuatro de la mañana) con una barriga de ese tamaño, con toda la calma del mundo, obstinada con este tema, como si no existiera nada a su alrededor. Me llamaron para entrar, así que lastimosamente, no me sé el final de la historia, aunque mi sexto sentido me dice que ella ganó esta batalla al final.
Cuando ingreso, me ubican en un cuartito como privado para mí, lo cual agradecí infinitamente. Doctores iban y venían, tocaba hacerme mil pruebas, hasta que llegó el diagnóstico a la par de la salida del sol. Y fue algo como el vólvulo del ciego. ¿Ustedes saben qué es esto? Yo tampoco sabía. En resumen, se me torció en intestino. Por supuesto, el tratamiento no podía ser otro que quirúrgico, cómo más podía ser.
Por suerte la cirujana a quien asignaron mi caso estaba más graduada que un termómetro y con una experiencia insuperable. Todo muy bien, hasta que me dijo que lo más probable es que iba a terminar con una colostomía, que no es más que la bolsita para que cuando hagas el número dos, todo quede ahí atrapado. Eso mientras sanaba mi intestino y luego pues, había que operarme de nuevo para quitármela y reconectar la manguera. Creo que aquí fue que realicé que no iba a ir a ningún barco.
En el team quirúrgico estaba un doctor de Puerto Rico, a quién le dije, “por favor, lo único que te pido es que no me dejen con la bolsita”. Creo que entre latinos nos entendemos mejor. Mientras tanto, Yeyo llamaba a Armando para que nos fuera a acompañar, ya que el asunto iba para rato luego de la cirugía y se dedicaba a conseguir alojamiento para esta estancia totalmente no programada.
En fin, entré al quirófano sin saber cómo saldría y al despertar, lo primero que veo es al doctor portorriqueño parado al lado de mi cama. Me dijo una de las frases que no olvidaré nunca jamás, “adivina, no tienes bolsita”.
ESTA HISTORIA CONTINUARÁ