Cambiando radicalmente de mood en este espacio, nos vamos con un cuento de hace unos 20 años aproximadamente y que salió a pasear en una conversa playera. Me encanta San Blas, me fascina. Lo rústico, la aventura, la naturaleza avasalladora y los colores imposibles del agua.
En uno de estos viajes con mi querido Yeyo, mi omnipresente hermano Armando y dos de sus compañeros de trabajo en la ONU, nos fuimos un par de días a uno de los nuevos lodges que habían construido. No se equivoquen, que, aunque era bastante nuevo, todavía era de los que la planta eléctrica se apaga a las 9:00pm y el aire acondicionado es inexistente.
Viajamos en un avión de Aeroperlas (ahí va la cédula), no recuerdo si al Porvenir o algún punto en tierra firme para luego navegar en la respectiva panga a la isla donde nos alojaríamos. Si no me equivoco, ese mismo día y en la misma panga, dimos la vuelta de reconocimiento por una isla vecina, donde vivían los nativos del área, con su respectiva escuela, centro de salud y sitios ceremoniales. Muy interesante.
En esos ires y venires en la panga, uno conversa con el resto de los pasajeros y fue así que entablamos conversación con una joven española que viajaba completamente sola. Cuando uno de los guías le pregunta su nombre, ella respondió “¿yo?, Marta”. Pues el guía entendió que Yomarta era su nombre y esa se convirtió en una de las bromas del resto del viaje.
Cenamos una langosta que estaba más viva que muerta con un arroz con coco de estrellarse con las paredes y en verdad estábamos cansados, por lo que decidimos retirarnos temprano. Pero antes de irnos, “Yomarta” nos comenta que la habían invitado a la isla donde estuvimos en la tarde, pues había una celebración local.
Sonaron todas mis alarmas y aparecieron red flags del tamaño de campos de futbol. Por supuesto todos le dijimos que no nos parecía una buena idea, por ser muy decentes y no espetarle que estaba completamente loca si pensaba ir sola para allá. No hubo razones que entendiera y partió a su aventura.
Honestamente, no quedamos tranquilos. Finalmente nos fuimos a dormir para casi morir del sobresalto en alguna hora de la madrugada porque Yomarta estaba literalmente fuera de sí. Lucía genuinamente aterrorizada porque sentía que la perseguían para matarla. Su pánico era real y la verdad me conmovió verla sufrir así.
Nos dijo a Yeyo y a mí que no podía dormir en su cabaña porque los hombres trepaban por las paredes para entrar por el techo y cumplir su cometido. Fue inútil explicarle que esa película proyectada por su mente era una ilusión y que la paz en la isla donde estábamos era perfecta.
En algún momento creímos buena idea decirle que se quedara con nosotros, rindiéndonos ante su angustia y desesperación. Fue así que se acomodó de mi lado de la cama, yo en el medio, e intentamos dormir. Lo cual resultó completamente infructuoso.
A cada rato se despertaba alterada gritando que los hombres estaban a punto de entrar y que íbamos a morir. Siguiendo este guion, vimos llegar el amanecer, cuando finalmente asumo que se le pasó el efecto de la sustancia que ingirió en la isla y nos invadió el silencio. No tengo otra explicación para lo que ví.
Fue así que se quedó dormida mientras Yeyo y yo nos mirábamos incrédulos por el episodio. Cuando despertó, no tenía idea de absolutamente nada, pero se sentía mal físicamente y muy cansada. Le contamos a grandes rasgos el incidente y creo que algo le hizo click en el subconsciente, porque se levantó como un resorte, recogió sus cosas en su cabaña y pidió que la llevaran a tomar el avión de vuelta.
No tengo la menor idea de lo que pasó en la isla y a Marta en ella. Me quedó la lección que uno debe medir todos los riesgos posibles, sobre todo dentro de una cultura y territorio ajenos. ¿Qué por qué dejé que se quedara con nosotros? En verdad me dio pena verla así y sentí que necesitaba ayuda en ese momento.
Como dice mi querida Blue, souvenirs, souvenirs….