En medio de todo el revuelo de la Feria del Libro y el lanzamiento de “La escritora que vive en mi” y la sudada que tuvimos que pegar para que los libros llegaran a tiempo, me impactó un golpe en el estómago que me dejó sin aire. Por 65 días estuvimos en vilo siguiendo las noticias sobre el estado de Miguel Uribe Turbay, unos días la información parecía una promesa velada, otros las noticias nos dejaban sin esperanzas.
A Miguel lo atacaron en una gira en un barrio que muchos han descrito como de gente buena. Por la espalda, como hacen los cobardes, apuntaron a la cabeza y no dieron margen a errores. Chicos muy jóvenes, condenados de la calle, títeres de la maldad. Pero Miguel resistió, contra todo pronóstico, mientras las autoridades capturaban a los autores materiales mientras se esquiva nombrar a los intelectuales.
Me duele Miguel, una promesa truncada, un hombre de bien y para muchos, la esperanza en el futuro de Colombia. Me duele el niño que fue, a quien le arrebataron su madre del mismo modo a los cuatro años. Misma edad que tiene su hijo Alejandro, quien seguro no entiende por qué su papá no jugará más al futbol en la sala de la casa. Me duele su padre, quien en la ceremonia religiosa recordó como en su momento cargaba en una mano el ataúd de su esposa Diana y en el otro brazo a Miguel niño.
Me duele Colombia, la veo apuñalada desangrándose dentro de un cerco de sátrapas que no permiten que le brinde atención médica y tampoco la llevan al hospital ante la mirada impávida de los injustos. Siento que hemos retrocedido 30 ó 40 años en la historia. Recordemos el asesinato de Luis Carlos Galán, cuyos responsables no han pagado su culpa y a los que solo justo el 12 de agosto, día de la muerte de Miguel, han sido llamados por la justicia.
Admiro profundamente a María Claudia, la viuda de Miguel, quien ha mantenido una entereza imperturbable y que, a pesar de las circunstancias del asesinato de Miguel, ha pedido que no se pague con la misma moneda, aunque es lo que provoca. La violencia no se sana con violencia. No cesa con violencia. Pero, ¿cómo vamos a llegar a la anhelada paz si no hay seguridad ni justicia?
Miguel ya no está, pero el sacrificio por su país no será olvidado. No fueron dos balas las que apagaron su luz, ni las manos de los chiquillos que empuñaron el arma junto a los que formaron parte de “la operación”. Son los intereses egoístas y nefastos en la ruta a las elecciones del 2026. La violencia política volvió a teñir de sangre el asfalto.
En verdad, no sé ni qué pensar. Abrazo al pueblo colombiano que no se merece vivir esta situación. Abrazo a la familia de Miguel, que una vez más es arrebatada de uno de sus miembros y no les queda más que arroparse unos a otros para tratar de seguir viviendo.
En la medida de lo posible, he tratado de estar pendiente de los actos de despedida de Miguel. La ceremonia en el Capitolio, en la Catedral. La presencia de Santos, la ausencia de Uribe Vélez, encarcelado. La ausencia también de Petro y altos mandos del gobierno, a solicitud de la familia. Qué división tan palpable. Qué difícil avanzar así.
Mientras continúan las lágrimas por Miguel, toca reorganizarse en Centro Democrático. Quién liderará la candidatura. Nos quedamos con la ansiedad por futuros acontecimientos, falta mucho por recorrer, esperando unión, justicia, seguridad, paz en nuestro país vecino.