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Un tío como pocos

No vivíamos en la misma ciudad.  Ni siquiera en el mismo país.  Pero mi tío Juan marcó mi vida gracias a las tantas veces que pudimos conversar.  Juan Ángel de Dios Méndez Torres.  Hermano de mi padre y que fue sacerdote en Cuba toda su vida.

 

Jamás lo vi sin sus espejuelos con cristales como fondo de botella.  Ni sin sus guayaberas de manga corta en colores claros.  Siempre impecable, peinado, planchado y con una mente que volaba a velocidades inimaginables, saltando de un tema al otro y regresando más tarde al inicio sin perder el hilo.

 

Sus anécdotas como sacerdote son milenarias.  Desde su trasiego de objetos de valor para alimentar a sus feligreses en los peores momentos de la dictadura, hasta mandar a callar un grupo de señoras mayores (las únicas que siguen yendo a la iglesia) porque con su canto desafinado estaban ofendiendo a Dios.  Esto fue verdad

 

Atendía siete parroquias, no sé cómo hacía.  Como saben, o a lo mejor no, en Cuba se practica ampliamente la religión Yoruba y algunas de estas prácticas toca al iniciado dejar su “trabajo” en una Iglesia. Él se entretenía todos los días recogiéndolos, luego los llevaba a casa y los tiraba a un árbol de mango en el patio.  Un día me dijo “oye chica, si yo le sigo tirando estas cosas a la mata, va a salir caminando”.  Nos reímos un montón y aún hoy me imagino la mata caminando por la calle cargada de abalorios.

 

Viajó muchísimo con sus colegas y tuvimos el honor de tenerlos en casa en Panamá.  Nunca había visto tantos curas juntos y siempre pienso el por qué nunca quiso salir, a pesar de haber tenido la oportunidad ni quiso cargos ostentosos dentro de los rangos eclesiásticos.  El decía que su misión era estar cerca de los feligreses y con otras ocupaciones, le hubiese sido imposible.

 

Otro cuento buenísimo fue cuando nos llevó a la Nunciatura Apostólica en La Habana, que es un edificio majestuoso en la parte antigua de la ciudad.  El entró como una tromba marina saludando a todos y nos dijo que lo siguiéramos para ir a conocer al Cardenal.  Mi prima y yo quedamos de una pieza porque nos tomó por sorpresa este arrebato.  La cosa es que llegamos hasta su habitación y gracias al Señor que el Cardenal no estaba, sino era posible que lo hubiésemos topado en paños menores.  Tío Juan era casi dueño del lugar porque era el editor del periódico de la Iglesia, que ahora mismo se me escapa el nombre, una especie de nuestro Panorama Católico y esas oficinas están en la Nunciatura.

 

En las postrimerías de su vida, bajó la cantidad de parroquias y se dedicó más a la catequesis de adultos, en muchos casos personas mayores que buscaban la religión en esa etapa de la vida.  Al respecto me dijo un día “oye chica, en verdad que estos santeros los abacuá y los paleros en el fondo no son malas personas”, ya que había muchos de ellos en sus clases.  Jamás pensé escucharle decir eso, cuando son creencias que los sacerdotes tratan de mantener a raya en la escasa población católica.  Pero lo que realmente me sorprendió fue constatar el real corazón de oro que tenía en su pecho a pesar de su obrar tan estricto y conservador.

 

En mi cartera siempre encontrarán un Rosario que el me regalón, conmemorativo de la visita de SS Juan Pablo II a Cuba.  Es uno de mis amuletos, a pesar de que el no creía en esas cosas, en teoría.

 

Tengo mil cuentos de él, que se los dejo en suspenso para otra ocasión.

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